La muerte del angelito
“Cuando
muere el angelito
ay, ay,
ay, ayayaitay...
le cantan
las alabanzas
será por
su alma bendita”
Inchausti-Ferreyra
Celia Moreno fallecida a mediados de la década del 1930, en la zona de Tilquicho, y velada en V. Dolores a la manera de este rito |
La muerte de un
niño en las zonas rurales se velaba en el ritual conocido como La
muerte del angelito. La creencia popular establecía que por tratarse de
un inocente éste iría al cielo por su pureza y por la ausencia de pecado. Por
esta razón el rito en cuestión consistía en una celebración en la que se comía,
se bailaba y se asistía con niños que jugaban a rondas y adivinanzas, casi
siempre juegos con prendas. Se suele sostener que la superstición incluía la
creencia de que no debía llorarse estas muertes porque se mojarían las alas del
angelito y eso le dificultaría el vuelo al cielo. Hay investigaciones que
sostienen que estos velorios podías durar más de un día y que se ha registrado
casos en los que el bebé fallecido era “prestado” para que la celebración
continuara en otra casa. Lo cierto es que todas las personas entrevistadas a
las que se le preguntó respecto de este rito, conocían o habían formado parte
del mismo en forma directa, tal es caso del testimonio de las hermanas Moreno
que relatan la muerte y el velatorio de su propia hermana ocurrido en la década
de 1930 en la zona de Tilquicho, Córdoba.
En la
entrevista a Blanca Moreno le preguntamos sobre esta cuestión mostrándole la
foto[1]
de su propia hermana y que ella misma nos regalara y comienza a responder: “…Bueno,
ella nació cuando vivíamos en Tilquicho, de qué se enfermó no te voy a decir,
porque no lo se, yo era muy chiquita, pero murió al año y nueve meses, casi dos
años. Entonces, yo me acuerdo, que nos veníamos, mamá con la nena en una
Boiture, creo que así se decía, (se ríe por el recuerdo del modelo del auto) y
nosotros veníamos en ese asientito que tenía atrás, al aire libre, ahh chochos
nosotros con el Pocho (su hermano), qué sabíamos de la gravedad de la criatura,
por Dios! Y vinimos a Villa Dolores, no sé cuántos días habremos estado pero
ahí, murió la nena. Murió en la casa de la tía María. Y ahí velaron la nena.
Ahí la han preparado así, en esa sillita, con ese vestido. Yo no me acuerdo,
pero dicen que los muchachones así, los niños, se juntaban y decían “se ha
muerto el angelito” vamos a ir esta noche, va a estar bárbaro, vamos a jugar al
anillito, vamos a jugar a la escondida, vamos a jugar a todos esos juegos,
hacían adivinanzas, ahí estaban en el lugar donde velaban al angelito. Mirá vos
lo que hacían (enfatiza con admiración)!
Del mismo
modo que en el relato de Blanca aparece con gran elocuencia la descripción del
rito, las entrevistadas tanto des las zonas serranas como las del llano, es
decir de una punta a la otra del valle de traslasierra, el velatorio de los
niños es recordado de esta forma descripta también por Doña Delia, quién consultada si
recordaba cómo eran estos velatorios en esta zona del faldeo de las sierras
grandes no dice: “…sí claro, cuando moría un bebé
no había que llorarle, se contaban cuentos, y todas esas cosas, relaciones, era
una fiesta porque era un bebé que no tenía pecado. Lo velaban en una mesa, y no
había silencio y se jugaba alrededor, los chicos hacían una ronda y el bebé le
ponían alitas, yo con mi hermana ¡si habremos hecho alitas para los angelitos!
con papel crepe, y con la tijera lo enrula quedaba lindo así. Pero he ido poco
a esos velorios porque a mí me daba pena, porque la familia penaba igual.
Es coincidente
en las descripciones que hacen los entrevistados la relación a los juegos que
se practicaban que en estos velatorios de los niños, pero hay un juego que
apreció en todas las consultas hechas sobre este tema, y es el juego del
“anillito” Doña Adela, por ejemplo
nos cuenta su recuerdo muy vívido “…Claro, se jugaba así, se hacía una ronda y
se pasaban las manos así y se decía, Anillo te doy no te doy nada, anillito te
doy no te doy nada, bueno Uds. va ¿Quién tiene el anillito? y luego había que
adivinar quién lo tenía. Se jugaba en la muerte del angelito. La muerte del
angelito era estar ahí, ponerle florcita y estar ahí, en la mesa de la casa, le
ponían al angelito las alitas y lo velaban ahí en la misma mesa de la casa
donde vivían, los chicos jugaban al anillo, todo tranquilo, no había gritos no
había líos, lo lloraban los padres, cómo no lo van a llorar es un hijo que se
les va…”
Los
teóricos que se han ocupado del tema de este ritual como es el caso de Sergio
Avendaño[2] confirman que el origen de
esta costumbre viene con la colonización española y que a su vez tiene
antecedentes en la cultura musulmana. El rito se realizaba en concordancia a la
costumbre cristiana, tanto en las zonas urbanas como en las rurales hasta bien
entrado el siglo XIX. Pero lo que se puede comprobar en innumerables
recopilaciones realizadas por el grupo de investigación llamado Relatos del
Viento,[3] en la zona norte de la provincia de Córdoba, es que originariamente
se festejaba la muerte de los niños con bailes y comidas, pero a medida que el
siglo XX fue avanzando y el Estado comenzó a intervenir tratando de impedir que
se festeje la muerte, este ritual se fue realizando cada vez en forma más
aislada y en los lugares más retirados propios de las zonas rurales. También se
observa en los testimonios que fue modificándose, que si bien continuó el
espíritu celebratorio del rito, a mediados de los años cincuenta se fue
haciendo menos frecuente y menos festivo. Doña Marta, nos da su
punto de vista junto con el recuerdo de este tipo de velorios, y nos dice: “…Claro que era una cosa dolorosa para la
familia, pero había que tomarlo de otra manera porque era un angelito, y en el
velorio se hacía algo como para entretenerse para pasar la noche, estábamos ahí
y era como una cosa normal, porque morían muchos bebés…” No resulta
difícil establecer lo frecuente que era la muerte de un bebé, y bien conocido
son los índices de mortalidad infantil de la primera mitad del siglo XX. Nótese
el comentario de Marta en este sentido “…porque morían muchos bebés…”
Como se hace mención más arriba, el
autor cuenta con una foto original en su poder que retrata el ritual del
angelito, en este caso es singular que se trata de su propia tía sanguínea. Mi
madre Pura Celia “Chela” Moreno heredó el mismo nombre de su hermanita
fallecida al año y medio de nacida, y que fuera velada en esta costumbre. Pero
este recuerdo, guardado en lo profundo de la historia familiar, apareció a
partir de esta investigación que llevamos adelante con el fin de rescatar la
memoria de los abuelos de este lado de las sierras. Por esta razón cerramos
este apartado sobre el rito con su testimonio: Chela: “…Mi hermana murió antes de que yo naciera, unos cuatro años
antes, murió cuando tenía un año y medio, y le hicieron la muerte del angelito.
Ella se enfermó en el campo y la trajeron a Dolores. Ahí toman un auto, o ahí
fue un auto a buscarlos, no sé. Cuando yo nací me pusieron el nombre de esta
hermana mía que murió. Pero lo juegos que vos me preguntás yo los jugué en
otros velorios de angelitos… claro porque mi madre sabía ser, no te digo que
esas lloronas que iban a los velorios pero más o menos, ya que sabía todo los
rezos del rosario, los misterios y la iban a buscar ella para que rezara, y a
mi hermano el Tuquito lo
buscaban para hacer las alitas, se ve que era bueno en eso. Pero se jugaba
alrededor de una mesa donde se velaba al angelito, en la casa de Blanca
(hermana) hay fotos de mi hermanita toda vestida de blanco y los cachetes
parecen como coloridos, y con alitas en la espalda, y está sentada en una
sillita sobre la mesa. Yo jugaba a la ronda, al pisa pisuela y al anillito, que
decía algo así; Te doy el anillito, no
te doy nada, te doy el anillito no te doy nada, hasta que se lo dabas a
otros niños y él seguía. Era como una fiesta, se comía…”[4]
[1] Le entrego a Blanca una
foto, que previamente me obsequió en la charla de preentrevista, de su
hermanita Celia, fallecida siendo un bebé y en la que aparece ornamentada bajo
el rito de lo que se conoce como “la muerte del angelito” vestida con ropas
blancas, con un moño en la cabeza y con alas también blancas, está sentada
sobre una silla y encima de la mesa, rodeada de rosas y plantas. La foto es
originalmente en blanco y negro y ha recibido el tratamiento del sobrepintado
posterior. Ver entrevista a Josefa “Blanca” Moreno en Apéndice Documental.
[2] Ovendaño, Sergio “Cordobitas I, II. Con un
propio testimonio se ilustra la creencia “A media noche, sentimos que el alma
de la niña emprendía su partida. La gente acompañó su vuelo bailando. No creo
que haya cosa tan agradable como sentir aquella alegría emocional que
profundizaba el parentesco del cielo con la tierra…” Suplemento Córdoba X,
diario La Voz del
Interior pág. 150
[4] Ver foto en apéndice fotográfico, y entrevista
a Chela Moreno en apéndice documental.
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