lunes, 8 de julio de 2013

Los niños en edad escolar.

Los niños en edad Escolar


Haremos referencia en este apartado la relación entre trabajo infantil y asistencia a la escuela, teniendo en cuenta las entrevistas realizadas. Es notable que en los testimonios aparezca la recurrencia del trabajo infantil y por ende asociado a la corta o nula escolarización. Como vimos en el apartado anterior el trabajo de los niños fue una estrategia del grupo familiar para subsistir, lo que no queda muy en claro es si esta ausencia de escolarización respondió en todos los casos a una a decisión tomada en el seno de la familia, o si estuvo relacionada a ciertas formas del fracaso escolar, para ello se debería haber evaluado otras variables en las entrevistas, pero lo concreto es que la demanda del grupo de pertenencia era siempre más alta que la que ejercía la escuela en la vida de los menores. Marta: “…nos mandaban a la Escuela y a trabajar, a la Escuela a la mañana y a la tarde a cuidar chicos, hasta tercer grado fuimos porque después nos mandaron a trabajar…” En el testimonio de Doña Pilar aparece otra variable relacionada al rechazo que sufrió al intentar su abuelo escolarizarla y dice: “…A los 7 años me trajo mi abuelo a la Escuela Tránsito de María de Cura Brochero para que estudiara la primaria, pero allí no me quisieron aceptar porque era hija de madre soltera…” pero inmediatamente cuando le preguntamos qué hizo su familia frente a este rechazo, es decir si buscaron otra escuela o alguna otra estrategia par educarla nos dice: “…Me fui a trabajar, a planchar, a lavar, cocinaba, porque mi abuelo me enseñó…” el abuelo, que fue quién la crió y la educó, la mandó a trabajar desde los 9 años como empleada en una hostería y allí comenzó un derrotero que acabó a los 19 años, es decir que nunca terminó sus estudios. El Sr Fernández también tuvo una escolarización incompleta debido a la pobreza que recuerda enfáticamente en la entrevista y nos menciona que “…lo poco que yo fui a la escuela fue en Las Chacras, algo en Las Rosas…
Este tipo de hogar productor ha privilegiado el trabajo de los niños como una suerte de estrategia para sobrevivir, pero también es importante comprender que el trabajo infantil es una pauta cultural que se reproduce al menos hasta esta generación entrevistada. Seguramente que en esta problemática intervienen otros factores externos a la familia, relativos a la intervención de las políticas publicas del estado, o relativos a la ausencia del estado. Otros factores pueden ser el aislamiento o la soledad con las que estas familias se han manejado durante largos periodos de tiempo. No queremos impulsar un tratamiento sesgado de estas viejas prácticas que pueden haber dado anclaje real a pautas de convivencia de los grupos familiares, pero sí reponer para las nuevas generaciones lo difícil que ha sido la niñez para estas personas.
Hay una estrecha relación entre las diferentes situaciones económicas de las familias y la escolaridad en estas zonas serranas, más asociadas a la vida rural que a la urbana. Por ejemplo lo que observamos es el testimonio de Doña Adela, es que su familia destinaba un espacio para  que se usara de Escuela, ante la ausencia del Estado o las distancias extremas con las escuelas confesionales o de gestión pública, ella recuerda  “…En mi casa, mi padre tenía un salón grande y él lo prestaba para que las maestras dieran clases, no había edificio, era grande el salón con piso de madera, iban los chicos del pueblo como 20 o 30 chicos, y pocos grados, y de las maestras que iban me acuerdo de una que vivía en Cura Brochero que se llamaba Claudina Altamirano, muy buena señorita, pero cuando nos portábamos mal nos daña con el caño[1]” Lo sustancialmente diferente de este testimonio es que la familia de Doña Adela, pese a estas practicas del castigo, privilegiaba la educación de sus hijos en lugar de hacerlos trabajar a edad temprana. También el testimonio de Doña Delia que remarca con mucho humor que su padre quería que fueran seis años a la Escuela, y que pese a que en la escuela de Los Hornillos no había todos los grados organizados, debió repetir varias veces, hasta que siendo adulta terminó su escolarización, y señala: “…el problema era que no había segundo año, y cuando yo terminé el primer grado, al año siguiente tenía que hacer segundo pero no había segundo, y no había manera de hacerle entender eso a mi padre, él decía que había que ir 6 años a la escuela y bueno, después cuando se hizo el segundo año lo aprobamos, y así fue hasta que en 5 grado, yo lo hice con una señorita de Villa Doloresel 6° lo aprobé en una escuela de adultos, ahí al lado de la Iglesia, se había abierto para eso, para terminar la escuela…” Si leemos entre líneas lo que ocurrió es que Delia asistió a la escuela hasta el 5° Grado, y luego siendo ya adulta decidió terminar con esos estudios. Lo que tienen de conmovedores estos testimonios es que son producto de la agudización de la memoria emotiva, y que el relato, como un dispositivo del presente, va ordenando la experiencia vital para dar un sentido a la narración que se asocia a la propia identidad, es decir que una y otra vez el narrante se construye en su relato.
Otra singularidad es que todos las experiencias escolares, breves o completas, son recordadas por estos adultos mayores con mucha alegría, y si la felicidad son instantes en nuestras vidas es eso claramente lo que aparece en sus alusiones al recuerdo escolar, los amigos, los juegos, las maestras, las anécdotas, los golpes, todo aparece con risas y frescura de niño. Por ello resulta aún más elocuente que la falta de escolaridad es tal vez la más grave experiencia de vida de estas personas. También es sintomático y no resulta hacer ninguna comprobación respecto de que la escolaridad es una consecuencia de la situación social y económica de la familia. 
En el testimonio de la Oma, que es una persona muy querida y respetada en la localidad, siendo la propietaria del negocio más próspero y antiguo del lugar, se contrasta con la realidad de los otros entrevistados, y al referirse a sus seis hijos nos dice: “…todos fueron a la escuela primaria de acá, estuvieron también dos años en Las Rosas, y todos hicieron la secundaria, en el Normal de Villa Dolores las mujeres, y los varones en el Industrial, luego dos de ellos estudiaron en Córdoba, … el varón se recibió de ingeniero y la hija de bioquímica…” Con un claro orgullo, la Sra. Von Ledebur nos relata que todos sus hijos trabajaron en el negocio familiar, pero que todos terminaron por lo menos los estudios secundarios.

No ha sido nuestro propósito realizar diagnósticos empíricos de cómo fue la situación de los niños en el ámbito de este valle durante el siglo XX. Pero sí estamos seguros que nuestra intención fue dejar un registro de las diferentes realidades y modos culturales de vida en las zonas rurales de traslasierra a partir de estos testimonios.





[1] Cuando le preguntamos por este maltrato que recibía en la escuela nos dice: “…Claro, nos pegaba con ese bastón que tenía, cuando no hacíamos los deberes, ya mi padre le había dicho a ella, Señorita cuando mis hijos no traigan los deberes, ud mándeme una nota y póngale en penitencia todo lo que corresponda.
Entrevistadores. ¿Pero la maestra pegaba también? Doña Adela.  Aha, nos pegaba con el bastoncito ese que tenía, nos pegaba lindo con el puntero…”

jueves, 13 de junio de 2013

La muerte del Antelito.

La muerte del angelito
“Cuando muere el angelito
ay, ay, ay, ayayaitay...
le cantan las alabanzas
será por su alma bendita”
Inchausti-Ferreyra

Celia Moreno fallecida a mediados de la década del 1930,
en la zona de Tilquicho, y velada en V. Dolores a la manera de este rito 



La muerte de un niño en las zonas rurales se velaba en el ritual conocido como La muerte del angelito. La creencia popular establecía que por tratarse de un inocente éste iría al cielo por su pureza y por la ausencia de pecado. Por esta razón el rito en cuestión consistía en una celebración en la que se comía, se bailaba y se asistía con niños que jugaban a rondas y adivinanzas, casi siempre juegos con prendas. Se suele sostener que la superstición incluía la creencia de que no debía llorarse estas muertes porque se mojarían las alas del angelito y eso le dificultaría el vuelo al cielo. Hay investigaciones que sostienen que estos velorios podías durar más de un día y que se ha registrado casos en los que el bebé fallecido era “prestado” para que la celebración continuara en otra casa. Lo cierto es que todas las personas entrevistadas a las que se le preguntó respecto de este rito, conocían o habían formado parte del mismo en forma directa, tal es caso del testimonio de las hermanas Moreno que relatan la muerte y el velatorio de su propia hermana ocurrido en la década de 1930 en la zona de Tilquicho, Córdoba.
En la entrevista a Blanca Moreno le preguntamos sobre esta cuestión mostrándole la foto[1] de su propia hermana y que ella misma nos regalara y comienza a responder: “…Bueno, ella nació cuando vivíamos en Tilquicho, de qué se enfermó no te voy a decir, porque no lo se, yo era muy chiquita, pero murió al año y nueve meses, casi dos años. Entonces, yo me acuerdo, que nos veníamos, mamá con la nena en una Boiture, creo que así se decía, (se ríe por el recuerdo del modelo del auto) y nosotros veníamos en ese asientito que tenía atrás, al aire libre, ahh chochos nosotros con el Pocho (su hermano), qué sabíamos de la gravedad de la criatura, por Dios! Y vinimos a Villa Dolores, no sé cuántos días habremos estado pero ahí, murió la nena. Murió en la casa de la tía María. Y ahí velaron la nena. Ahí la han preparado así, en esa sillita, con ese vestido. Yo no me acuerdo, pero dicen que los muchachones así, los niños, se juntaban y decían “se ha muerto el angelito” vamos a ir esta noche, va a estar bárbaro, vamos a jugar al anillito, vamos a jugar a la escondida, vamos a jugar a todos esos juegos, hacían adivinanzas, ahí estaban en el lugar donde velaban al angelito. Mirá vos lo que hacían (enfatiza con admiración)!
Del mismo modo que en el relato de Blanca aparece con gran elocuencia la descripción del rito, las entrevistadas tanto des las zonas serranas como las del llano, es decir de una punta a la otra del valle de traslasierra, el velatorio de los niños es recordado de esta forma descripta también por Doña Delia, quién consultada si recordaba cómo eran estos velatorios en esta zona del faldeo de las sierras grandes no dice:  “…sí claro, cuando moría un bebé no había que llorarle, se contaban cuentos, y todas esas cosas, relaciones, era una fiesta porque era un bebé que no tenía pecado. Lo velaban en una mesa, y no había silencio y se jugaba alrededor, los chicos hacían una ronda y el bebé le ponían alitas, yo con mi hermana ¡si habremos hecho alitas para los angelitos! con papel crepe, y con la tijera lo enrula quedaba lindo así. Pero he ido poco a esos velorios porque a mí me daba pena, porque la familia penaba igual.
Es coincidente en las descripciones que hacen los entrevistados la relación a los juegos que se practicaban que en estos velatorios de los niños, pero hay un juego que apreció en todas las consultas hechas sobre este tema, y es el juego del “anillito” Doña Adela, por ejemplo nos cuenta su recuerdo muy vívido “…Claro, se jugaba así, se hacía una ronda y se pasaban las manos así y se decía, Anillo te doy no te doy nada, anillito te doy no te doy nada, bueno Uds. va ¿Quién tiene el anillito? y luego había que adivinar quién lo tenía. Se jugaba en la muerte del angelito. La muerte del angelito era estar ahí, ponerle florcita y estar ahí, en la mesa de la casa, le ponían al angelito las alitas y lo velaban ahí en la misma mesa de la casa donde vivían, los chicos jugaban al anillo, todo tranquilo, no había gritos no había líos, lo lloraban los padres, cómo no lo van a llorar es un hijo que se les va…”
Los teóricos que se han ocupado del tema de este ritual como es el caso de Sergio Avendaño[2] confirman que el origen de esta costumbre viene con la colonización española y que a su vez tiene antecedentes en la cultura musulmana. El rito se realizaba en concordancia a la costumbre cristiana, tanto en las zonas urbanas como en las rurales hasta bien entrado el siglo XIX. Pero lo que se puede comprobar en innumerables recopilaciones realizadas por el grupo de investigación llamado Relatos del Viento,[3] en la zona  norte de la provincia de Córdoba, es que originariamente se festejaba la muerte de los niños con bailes y comidas, pero a medida que el siglo XX fue avanzando y el Estado comenzó a intervenir tratando de impedir que se festeje la muerte, este ritual se fue realizando cada vez en forma más aislada y en los lugares más retirados propios de las zonas rurales. También se observa en los testimonios que fue modificándose, que si bien continuó el espíritu celebratorio del rito, a mediados de los años cincuenta se fue haciendo menos frecuente y menos festivo. Doña Marta, nos da su punto de vista junto con el recuerdo de este tipo de velorios, y nos dice:  “…Claro que era una cosa dolorosa para la familia, pero había que tomarlo de otra manera porque era un angelito, y en el velorio se hacía algo como para entretenerse para pasar la noche, estábamos ahí y era como una cosa normal, porque morían muchos bebés…” No resulta difícil establecer lo frecuente que era la muerte de un bebé, y bien conocido son los índices de mortalidad infantil de la primera mitad del siglo XX. Nótese el comentario de Marta en este sentido “…porque morían muchos bebés…
Como se hace mención más arriba, el autor cuenta con una foto original en su poder que retrata el ritual del angelito, en este caso es singular que se trata de su propia tía sanguínea. Mi madre Pura Celia “Chela” Moreno heredó el mismo nombre de su hermanita fallecida al año y medio de nacida, y que fuera velada en esta costumbre. Pero este recuerdo, guardado en lo profundo de la historia familiar, apareció a partir de esta investigación que llevamos adelante con el fin de rescatar la memoria de los abuelos de este lado de las sierras. Por esta razón cerramos este apartado sobre el rito con su testimonio: Chela: “…Mi hermana murió antes de que yo naciera, unos cuatro años antes, murió cuando tenía un año y medio, y le hicieron la muerte del angelito. Ella se enfermó en el campo y la trajeron a Dolores. Ahí toman un auto, o ahí fue un auto a buscarlos, no sé. Cuando yo nací me pusieron el nombre de esta hermana mía que murió. Pero lo juegos que vos me preguntás yo los jugué en otros velorios de angelitos… claro porque mi madre sabía ser, no te digo que esas lloronas que iban a los velorios pero más o menos, ya que sabía todo los rezos del rosario, los misterios y la iban a buscar ella para que rezara, y a mi hermano el Tuquito lo buscaban para hacer las alitas, se ve que era bueno en eso. Pero se jugaba alrededor de una mesa donde se velaba al angelito, en la casa de Blanca (hermana) hay fotos de mi hermanita toda vestida de blanco y los cachetes parecen como coloridos, y con alitas en la espalda, y está sentada en una sillita sobre la mesa. Yo jugaba a la ronda, al pisa pisuela y al anillito, que decía algo así; Te doy el anillito, no te doy nada, te doy el anillito no te doy nada, hasta que se lo dabas a otros niños y él seguía. Era como una fiesta, se comía…”[4]




[1] Le entrego a Blanca una foto, que previamente me obsequió en la charla de preentrevista, de su hermanita Celia, fallecida siendo un bebé y en la que aparece ornamentada bajo el rito de lo que se conoce como “la muerte del angelito” vestida con ropas blancas, con un moño en la cabeza y con alas también blancas, está sentada sobre una silla y encima de la mesa, rodeada de rosas y plantas. La foto es originalmente en blanco y negro y ha recibido el tratamiento del sobrepintado posterior. Ver entrevista a Josefa “Blanca” Moreno en Apéndice Documental.
[2] Ovendaño, Sergio “Cordobitas I, II. Con un propio testimonio se ilustra la creencia “A media noche, sentimos que el alma de la niña emprendía su partida. La gente acompañó su vuelo bailando. No creo que haya cosa tan agradable como sentir aquella alegría emocional que profundizaba el parentesco del cielo con la tierra…” Suplemento Córdoba X, diario La Voz del Interior pág. 150
[4] Ver foto en apéndice fotográfico, y entrevista a Chela Moreno en apéndice documental.

miércoles, 12 de junio de 2013

Temas y Categorías. El paisaje


El Paisaje   

      

¿Cómo entender la vida en las Sierras sin la presencia del paisaje? El paisaje está presente en casi todos los testimonios obtenidos. Por tratarse de un ámbito serrano es sintomático reconocer la importancia que los pobladores dieron, y le dan a los cerros, los senderos, los arroyos, el aire puro de la zona, las lomadas que caracterizan esta localidad. Por ejemplo Doña Pilar nos dice: Yo extrañaba el aire puro de la sierra. (la entrevistada dice que por esta razón se volvió de Buenos Aires cuando sus patrones la había llevado a trabajar) Yo visité a mi abuelo durante toda su vida, cuando el abuelo murió no visité más a la sierra. Los nombres de los cerros también están presentes en los relatos, en la memoria y en la vida cotidiana de los serranos: Delia toma el libro[1] en sus manos y mira la tapa y dice “Este es el Cerro Vallo, no el Cerro Negro como todos creen acá, mi amiga de acá enfrente le puso a su negocio Cerro Negro pensando que este de acá atrás es el cerro Negro, pero en realidad el Cerro Negro es este otro que está al ladito, y éste que está en la tapa de este libro es el cerro Vallo”. La gran parte de la vida de estas personas está asociada al paisaje, sus experiencias vitales, sus recuerdos más dolidos y profundos, la niñez, el trabajo y lo cotidiano, se desarrolló en las laderas de estas sierras, en sus senderos y picadas de animales, en sus cimas, ejemplo de esto es el testimonio de Don Fernández, más conocido en el pueblo como El Nene Fernández, quien cuenta en su haber al paisaje serrano como algo natural pero también como algo alterado con sus propias manos: … yo ya estaba haciendo la picada para la línea de Canal 12 (Cba) y bueno me quedé ahí y no salí nunca más, hicimos la línea… y me quedé ahí 27 años de mí vida trabajando ahí en la cima de las sierras… allí hay una pampa como se le dice, y un cerro…ud vé desde acá abajo donde están las antenas, para eso había que hacer el camino, y yo he hecho como cien escalones en la sierra…ese caminito de hormiga para poder subir el material, incluso la torre de hierro, hasta poder hacer arriba los huecos en la piedra viva… Doña Goya que aun vive en la lomada sur del pueblo en plena sierra, nos habla de la soledad como un recuerdo de la vida en los cerros: “Bueno en las alturas, allá en las sierras hay pocos vecinos, por eso había pocas amistades, pero en la escuela sí tenía algunas amigas…Lo que sí recuerdo es que mi marido cuando cruzaba las sierras para ir a las cosechas del otro lado, al maíz o lo que sea…”. La Señora Marta (f) nos cuenta: “allá arriba más arriba de lo de Rosita chávez (señala con la mirada hacia las sierras, hace referencia a la casa de la llamada “tejendera” Doña Rosita Chávez quien vive camino al cerro de la Ventana), oh lejos si viera, esa lejura”, le preguntamos por qué era tan difícil la vida en las Sierras:“…Porque era sacrificado todo, vivir, trabajar, andar, bajar y subir para hacer cualquier cosa…”





[1] Se le entrega en el momento de la entrevista el libro realizado por la Biblioteca Popular, “Historias populares cordobesas. Los Hornillos” 2007, en él se publica una entrevista a su hermano mayor.

La tradición oral

Los relatos de vida son siempre una búsqueda de identidad que se presenta en forma narrativa. El que habla construye una historia, su historia, es decir se construye de manera más o menos consciente, a partir de la propia subjetividad y de la propia memoria, que siempre es parte de una memoria también colectiva. El espacio de diálogo que ofrece la entrevista es la posibilidad de poner en escena el carácter narrativo de toda experiencia vital. Por ello resulta tan importante afirmar la idea de que lo que se busca con estas transcripciones es la materialidad misma del decir, dando especial atención a las emociones, los lapsus, los silencios, las alteraciones de la voz y el lenguaje corporal en general porque todo ello constituye, muchas veces, la posibilidad de ir más allá de los propios contenidos de lo que se dice.
Para cada entrevista se intentó la formulación de problemas con formato de interrogantes y preguntas para guiarnos en las charlas, pero lo suficientemente flexibles para dejarnos llevar por el decir en tanto tal de los interlocutores y de la empatía que se produce con ellos.
No perdemos de vista que lo escrito es siempre una artificiosidad del que escribe, y que con el afán de dar sentido a lo que se transcribe se pone en riesgo la literalidad de lo que se dice oralmente. Por ello hemos resuelto intervenir lo menos posible para respetar el entramado significante de sus voces.
En el encabezado de cada entrevista se aclara quiénes realizaron la misma y quiénes, en los casos que fue necesario, nos guiaron, nos contactaron o simplemente nos allanaron el camino, hasta nuestros decidores que son los reales protagonistas de esta historia que resulta de machacar la memoria.


Lo primero que nos planteamos cuando hacemos una entrevista es qué hacer con la voz del otro, especialmente cuando estos testimonios son frágiles retazos de vida y subjetividad. Por otra parte se han consolidado dentro de las ciencias sociales, después de largas batallas por la pertinencia de los métodos cualitativos, entre ellos los métodos biográficos, el abordaje a conocimientos que proporcionan linealmente y por a través de los análisis que habilitan estos universos existenciales. Por ello, cuando consideramos una categoría que se reitera en una o más voces no buscamos establecer generalizaciones con la intención de cuantificar un hecho social, ni mucho menos establecer la validez de de un caso; porque somos consientes de que el hilo que va tejiéndose en sus palabras es el de sus propias vidas, y nuestro interés al intervenir como escuchas o narradores de lo que se dice, es excluyentemente un interés por reconocer las características culturales identitarias de nuestros entrevistados y, a través de ellos, de las de los habitantes de esta comunidad.
La inteligibilidad de estos fragmentos de vida se impone por sí misma, principalmente por su propia transparencia y por ofrecer un terreno presto a la interpretación. Estos testimonios pueden pensarse, por sus ricos detalles significantes, como casos emblemáticos y simbólicos de la trama social de un pueblo serrano en un lapso temporal ubicado en la primera mitad del siglo XX, pero además pueden permitir reconocer y reconocerse como partes de un todo.
No se pretende en este apartado ningún tipo de exploración estructural con fines académicos, muy por el contrario lo que se busca es dar cuenta de algunas puntualizaciones que realizaremos a partir de las categorías, que acá se señalan, con el objeto de responder a las expectativas planteadas en el proyecto inicial. Es decir, no solamente reponer las voces de estos habitantes de la comunidad, desgrabadas textualmente, sino intentar con ellos repasar los datos construidos, el sesgo de las variables que aparecen en sus palabras, y algunas conceptualizaciones para que no pasen desapercibidas cuestiones tan importantes como son los temas proyectados.


viernes, 7 de junio de 2013

Entrevista a la Oma Von Ledebur

Entrevista a la   Oma  Von Ledebur realizada por Ricardo Di Mario, nos acompañó Milagros Di Mario quien como asistente de los equipos técnicos. La Oma nos recibió en su departamento de la Hostería Alta Montaña.
Irma Edith Horn de Von Ledebur
La Oma de Alta Montaña de Los Hornillos


Entrevistador. Nosotros la conocemos como la Oma, pero se puede presentar con su nombre completo y lugar de nacimiento
La Oma. Mi nombre es Irma Edita Horn de Von Ledebur, nací en Escobar, provincia de Buenos Aires, el 25 de Julio de 1959. Es decir que tengo 98 años.
Entrevistador. Mire Uds. en Escobar, que linda toda esa zona
La Oma. ¿Linda? ¡Ahora! En ese entonces eran todos cardales y descampados, cardos muy grandes. Yo fui a la Escuela que estaba frente a la Estación. Pero vivía en la Zona del Cazador en Escobar, allí tenían mis abuelos, cuando vinieron de Alemania de 1870 (de la zona centro de Alemania), mis abuelos hicieron una fábrica de ladrillos huecos, que todavía existe, una chimenea de cien metros de alto que todavía está. Esa fábrica funcionó con ferrocarril propio que llegaba hasta los vagones de carga del ferrocarril, luego en 1914 cuando comenzó la guerra, comenzó a faltar el carbón de piedra hasta que directamente terminó el intercambio comercial con Alemania, ese ferrocarril no sirvió más por falta de ese carbón. Luego vivimos en la zona norte de Buenos Aires por Martínez, también Zárate, pero la casa definitiva estaba en el Delta. Luego de la guerra la fábrica cerró y mis tíos se fueron a buscar trabajo y a vivir en otro lado, y nosotros con mis abuelos paternos nos fuimos a vivir a Brazo Largo.
Entrevistador. ¿A Zárate Brazo Largo?
La Oma. Pero antes de que se haga el puente, yo no lo conocí Y ahí vivimos hasta que me casé, en el civil me casé en Brazo Largo, y por iglesia, él era Alemán no tuvo nunca la carta de ciudadanía, él vino con 22 años y participó de la primera guerra creo que a los 18 año, porque su padre era General, el apellido es muy antiguo de Alemania, él se llamaba Wolfgang, yo me casé en 1942 y mi hija Inge nació en 1943, después vino Germán, que vive en Alemania, tuve seis hijos.
Entrevistador. ¿Y cómo conoció a Los Hornillos?
La Oma. Bueno, en 1945 hicimos un paseo, porque mi marido era muy andariego y le gustaba viajar ya conocía esta ruta porque había ido a Chile y había pasado por acá y él quería que yo conociera este camino, y vinimos por Los Gigantes, y en un viaje en ómnibus le dijimos al chofer bájenos en un lugar lindo, y nos bajó acá en Los Hornillos. Nos bajamos en la Iglesia, y al lado había una señora que tenía pensión paraguaya de apellido Montenegro, y de ahí nos fuimos a caminar y a caminar, y a mi marido que le gustaban las montañas, y pasamos por acá que había una hostería que se llamaba Los Hornillos, el Sr. de acá nos dio una tarjetita y nos volvimos porque estábamos parando en Valle Hermoso eso fue en el 45, luego de dos años volvimos y ya tenía tres hijos, Inge, Germán y Griselda que ella vive en Frías (Stgo. Del Estero), luego volvimos en el 47 vinimos de nuevo en el verano y estábamos en Villa Rumipal Río Tercero, y le dije a mi marido por qué no vamos para allá que era tan lindo, y bueno dejamos los chicos con alguien que los cuidaba una muchacha que yo tenía y vinimos, y había lugar así que fuimos a buscar a los chicos y nos vinimos acá, luego de estar dos o tres días, el Sr. De acá Antonio Carranza, nos dijo queremos vender. Mi marido me dice, si si quieren vender, y yo le dije que me encantaba, pero no tenemos plata. Porque mi marido trabajaba en la compañía de seguros Germano-Argentina, y era tiempos de Perón y todo lo que era Alemán fuera, y bueno mi marido se defendía como podía, y yo le dije y cómo vamos hacer, y  bueno empezamos a juntar, yo le pedí a mi madre, le vendí un terrenito a mi hermano, unos amigos nos prestaron, otros compraron un pedacito que luego se lo compramos nosotros, la cuestión es que en 1947 nos vinimos, no sacamos crédito pero había que pagar. Y le cambiamos el nombre, mi marido se lo puso Hostería Alta Montaña. Como teníamos relaciones con gente alemana, con el diario alemán, y marido puso unos avisitos y así empezamos.
Entrevistador. ¿Venían a hospedarse principalmente alemanes?
La Oma. No, venían de todo, acá había una sola pensión que era de los Aguirre, que estaba acá por la Farmacia (sobre la ruta en el centro del pueblo), después se hizo la hostería Dos Arroyos, que la hizo un Sr. Orsi, después la tuvo un alemán, y ahora la tiene el Sr Kusnef que es el Sr Von Trapp.
Entrevistador. ¿Y qué recuerdos tiene de cómo era el pueblo cuando ud llegó?
La Oma. Acá en la hostería no había luz eléctrica, en la ruta tal vez, la ruta ya estaba asfaltada. Luz eléctrica no teníamos, habíamos puesto esos faroles de kerosén, y también compramos un motorcito para dar un poquito de luz a las habitaciones, y para el agua teníamos un quema tutti, una especie de caldera a leña.
Entrevistador. ¿Ud conoce las comidas locales, lo que se comía antes, la comida criolla, los yuyos que se usaban?
La Oma. La verdad que no, bueno salvo el asado, las empanadas, la humita que tanto me gusta, el locro que me encanta ahora no me pregunte cómo hacerlo porque no se hacerlo, la humita me la hace una de las chicas que trabaja acá. No aprendí mucho de las comidas de acá. Pero Ud nómbremelas y yo le voy diciendo si la conozco:
Entrevistador. Bueno muy bien, conoce “la chanfaina”
La Oma. Me suena pero nunca la comí, ni sé cómo se hace.
Entrevistador. “La sastaca”
La Oma. ¿Cómo dijo? ¿Eso no es una comida de acá no?
Entrevistador. ¡Sastaca!
La Oma. No, no la conozco
Entrevistador. “Charquican”
La Oma. No, Charqui si, es una carne seca pero eso que ud nombra no lo conozco. Pero esas comidas no las conozco, ¿seguro que son de acá?
Entrevistador. Sí Oma, Doña Goya la nombró y yo la conocía con otro nombre porque me la han nombrado personas entrevistadas de la zona más al sur, de Chancaní por ahí.
La Oma. Claro, Goya trabajó acá de cocinera, es la madre de los chicos Ponce, es la madre de Anita que trabaja acá, ella está de vacaciones. Pero acá en la hostería hacemos las comidas que toda la gente come, siempre todo muy bueno, muy elaborado ud puede ir en cualquier momento en que están cocinando las chicas y ver. Pero damos el desayuno muy completo y luego la cena, es decir media pensión, porque al medio día no podemos cocinar. Antes, pero antes, hacíamos un asado en el arroyo, en los primeros años cuando recién empezamos, ahí hacíamos unos asados, los burritos cargados, el muchacho que trabajaba acá Horacio Ramírez, él se iba temprano él cargaba los cabritos, porque antes había cabritos por todos lados y ahora no consigue ni uno, y bueno yo me iba con Tonita Ramírez, pero no eran parientes, hacíamos las empanadas, y nos íbamos al arroyo, a lo de Altamirano, y la gente iba con sus trajes de baño y se bañaban en el arroyo. Altamirano, que gente buena, que vivía ahí.
Entrevistador. Claro eso es lo que le llaman el puesto Altamirano, es decir que también debe conocer a Rosita Chávez
La Oma. Claro, Rosita sabe venir todavía y les ofrece el quesito a los pensionistas, ¿ella también está grande no? Mire el recuerdo que le voy a contar, nosotros la conocemos desde que se casó, ellos salieron a caballo desde la iglesia y pasaron por acá, y nosotros fuimos ahí al portón y pasaron todos a caballo, y para nosotros era todo una novedad, ella se casó al poco tiempo de que llegamos nosotros, y así me voy acordando de las personas de antes que vivían acá en el pueblo: Don Tomas, Los Chávez la familia de Rosita, los hijos de ella que falleció uno hace poco “El Chiche” todos muy buenos chicos, los Ponce, Delia Pereyra ella también es de allá de las Sierras, y Marta[1] que también falleció hace poco (le contamos a la Oma las travesuras que su hija y Marta hacían en la niñez, cuando ella no estaba y ríe).
Entrevistador. Oma, todas las personas que viven acá le tiene mucho respeto y mucho cariños,  a qué se debe esto, qué le parece a ud?
La Oma. Y no sé será porque le hemos dado trabajo a mucha gente, por ejemplo trabaja con nosotros una chica desde que tenía 16 años y ahora tiene cuarenta y pico o cincuenta, que es como una hija para nosotros. Y así ha trabajado muchas gentes acá. Cuando nosotros llegamos estaban había varias casas por ejemplo de la familia Basail, el Sr. Orsi, y estaba la casa vieja esa allá cerca de la ruta, que fue de todo, almacén, correo, y que se yo. Después nacieron los otros tres hijos, vio que ya tenía tres, nacieron en Villa dolores en una clínica de ahí, Walter, Úrsula y Gertrudis,  y todos fueron a la escuela primaria de acá, estuvieron también dos años en Las Rosas, y todos hicieron la secundaria en el Normal de Villa dolores las mujeres y los varones en el Industrial, luego dos de ellos estudiaron en Córdoba, Walter y Griselda el varón se recibió de ingeniero y la hija de bioquímica, el hijo está en Nicaragua y mi hija está en una clínica, y Úrsula es la que está al frente de la Hostería.
Entrevistador. ¿Y siempre fue un negocio familiar en el que trabajaban los hijos también?
La Oma. Todos, todos trabajaron acá, hasta que volaron menos Úrsula que sigue conmigo, después de hacer su experiencia, no vive conmigo pero ella es la que se encarga del negocio.
Entrevistador. Entonces seguramente por eso conoce a tantas personas del pueblo, por los que han trabajado acá, y por lo amigos de sus hijos.
La Oma. Y todavía mire, todavía, hace poquito hubo acá un aniversario, prestamos la hostería para que hicieran la fiesta de aniversario, y viene un señor y me dice yo soy José Torres se acuerda de mí, bueno cuando vuelva Walter dígale que le mando muchos saludos. Acá se han criado todos, otra chica me dijo que había en una fiesta patria con mis hijas, y así, todos eran amigos de mis hijos. Otros vecinos que yo tenía eran los Ortiz Soria, pero eran de Córdoba, y ya estaban acá tenía la casa esa que está enfrente, los Basail de la casa que tiene arcos, los Aguirre, los Murúa, los Binder que son también de origen Alemán, que fueron muy amigos de mis hijos Herman, Martín y el Maxi, y los chicos son tan buenos tan aventureros que han andado por todos lados subiendo las montañas, ellos eran muy compinches con mis hijos.
Entrevistador. ¿Oma le puedo preguntar por la política, le ha interesado la política alguna vez? Ud recién nombró a los Ortiz Soria, y bueno nosotros revisando cosas del pueblo encontramos unos poemas de Ismael Ortiz Soria en los que celebra el golpe de la libertadora, el golpe que destituye a Perón.
La Oma. Si, bueno, mire mi marido al ser alemán no le había interesado nada la política y a mí en esos tiempos tampoco, pero porque yo estaba muy ocupada con la hostería y los niños, imagínese 6 hijos, no tenía tiempo, pero votar sí, hasta hace dos años voté, y me interesa escuchar, escucho, peleo, me alegro, y bueno pero participar no.
Entrevistador. Bueno para ir cerrando Sra. no quiere contarnos ¿Cómo ha hecho para mantenerse tan bien?
La Oma. Vivir en Los Hornillos, es lo mejor que hay para uno, y trabajar.
Entrevistadores. Muchas gracias por esta charla Sra. Ya la vamos a invitar cuando hagamos la presentación del trabajo.


















[1] En la entrevista a Doña Marta nos cuenta que en la niñez jugaban con Inge, la hija de la Oma, en su casa pasando música con una vitrola cuando la Oma no estaba.

Entrevistas a las hermanas Moreno (zona Las Jarillas, Villa Dolores, Tilquicho, Cba)


Las Entrevistas a  “Blanca” y  “Chela” se realizaron en el marco del curso Biblioteca Inmaterial, Tradición oral y pertenencia, dictado por el grupo Relatos del Viento del mes de Octubre del año 2012. Los mismos fueron realizados por Ricardo Di Mario, con asistencia técnica de Franco Egel y Liliana Stolz, en la localidad de Los Hornillos. Se eligió a estas hermanas por su experiencia de vida en el campo en la zona suroeste[1] de la provincia de Córdoba casi en el límite con la provincia de La Rioja. Para el presente trabajo nos resulta un insumo muy interesante para comparar saberes y costumbres de las distintas regiones que componen el oeste en el amplio valle de Traslasierra. (ambos casos se trata de fragmentos de las entrevistas)

Josefa "Blanca" Moreno. Entrevistada en Los Hornillos en Octubre 2012.

Entrevista a Blanca

Nombre, fecha y lugar de nacimiento: María Josefa “Blanca” Moreno, nacida en Las Jarillas, Departamento de Pocho, Pedanía de Chancan, el 21 de Octubre 1927, hija de Margarita Murúa y Jerónimo Moreno.




-Entrevistador. Cuentemé un poquito de la casa, de cómo era esa casa en Las Jarillas
-Blanca. (describe la casa y hace hincapié en las formas de almacenamiento del agua, menciona la palabra “noqui”, le pido que nos cuente qué era y qué función tenía)
También teníamos un Poso Balde: tirado por un animal que tiraba una soga y eso caía en un Noqui.  Que se hacía con el cuero de un animal, y eso iba atado a una soga con una roldada y es tirado, no sé unos 30 mts, 40 mts, bueno según la profundidad, y cuando llegás al final, ese tacho, ese tacho no es, ese “noqui”  se daba vuelta y caía en un piletón, en un piletón grande y de ahí se repartía para el bebedero de los animales

-E. Esa agua se repartía en baldes?
-Blanca. No! Ese piletón enorme tenía sus salideras para las piletas, habrá sido con un tapón, se llenaban los bebederos de agua. Los caballos, las mulas, mi papá tenía muchas mulas porque tenía tres carros trasladaban las maderas, el carbón que se hacía, a los Cerrillos, a Los Cerrillos porque ahí estaba el ferrocarril y la otra población cercana era Chancaní.

-Entrevistador. (nuestra entrevistada menciona, entre las actividades del campo y el trabajo de los peones, la actividad relacionada con el carbón, le pedimos que describa un poco ese trabajo) Con qué madera se hacía el carbón?
-Blanca. Bueno tenía muchos peones para cada tarea distinta en la estancia, estaban los peones, los hacheros que cortaban el algarrobo, el quebracho, bueno pero el quebracho era muy caro, así que se cortaba el algarrobo, hacían el horno, se quemaba no sé cuantos días, 25 días creo que llevaba eso, y había que cuidarlo, tenía que ir muy despacito el fuego, para quemar toda esa cantidad de leña, bueno después lo dejaban enfriar, lo sacaban de costado para que se enfríe, luego se embolsaba y se cargaba en los “camiones” no en los camiones no, en los carros, tres carros tenía, tenía una barbaridad de mulas, yo ahora no me acuerdo pero habrán sido doce (12) mulas en cada carro, habrán sido.

-E. Se acuerda de las comidas que hacía en el campo, que le hacía Margarita (su madre)
-Blanca. Y las comidas son las mismas. El puchero, de carne de cabra, que feo eso el puchero ese, tengo recuerdo. Se hacía la mazamorra, se hacía el pan casero, y se hacían las tortas al rescoldo, porque le gustaba a mi mamá, debo haber sido más grandecita yo, porque mi papá me mandaba vaya a hacer una tortita al rescoldo, yo la amasaba así, la ceniza así y había una lata se ponía sobre esa ceniza caliente, se ponía otra chapita de esas y la tapabas con esa ceniza caliente. Esa es la tortita de campo. Tortita le llamábamos nosotros (afirma), la torta de rescoldo.

-E. Se acuerda de la “chanfaina”
-Blanca. Ahhh la chanfaina, bueno se carneaba un chivo, recibías la sangre y con toda esas tripitas, tenían una habilidad para sacar eso, se lavaban pero muy bien, tenías el hígado, todo eso picadito y se hervía la sangre y la picabas también, luego se freía con cebollas,  con mucha cebolla, y algunos le ponían azúcar o pasas de uvas y se le echaba un poquito de harina, no mucha unas dos cucharaditas, según la cantidad, esa era la chanfaina. Estofados, locro, en el tiempo del choclo, el zapallo lo cortaban y lo iban enhebrando, eso no lo hacían en mi casa, lo hacía mi abuelo, los vecinos, eso lo guardaban para el tiempo que no hubiera zapallo.

-E. Una forma de almacenamiento, Cuentemé cómo se guardaba eso.
-Blanca. Bueno se cortaba en tajadas, y se iban enhebrando en alambre y te hacían unas tiras así y las colgaban en los zarzos (tardó unos minutos en recordar esta palabra) ….donde se guardaban también los quesos, y se colgaba para cuando no hay zapallo. Después había, en mi casa no, porque en mi casa había cocina, pero yo me acuerdo que en casa de mi abuelo había fogón y ahí tenían la olla de hierro con mazamorra, la ola de hierro con leche, y la olla con la sopa el zapallo, la papa, eso se comía a las doce y a la noche y sabés cuál era el postre, tomaban mazamorra con leche y la sopa se comía con mazamorra. Esas eran las comidas, empanadas todo hecho ahí, no había nada comparado.

-E. Y los dulces?
-Blanca. Los dulces eran el arrope, que se hacía con la fruta del campo, el algarroba, el piquillín.

-E. Cómo se hacía el arrope?
-Blanca. Se hervía el algarroba, la vaina así toda entera, después se amasaba tibia o fría no me acuerdo, y eso lo ponían en un lienzo pero cantidades no? Entonces, todo ese jugo que caía se ponía al fuego en una paila de cobre, y eso era el arrope de algarroba, y así se hacía el del mistol, y había uno que le decían el “quiscaludo” que es una penca, como el arrope de tuna, parecida a la tuna pero más chiquita.


-E. Cómo se guardaban esos dulces
-Blanca. Para guardar el algarroba se hacía la “pirgua”, se hacen con pinchadilla o jarilla. No sé si serán húmedas, se van trenzando y lo van acomodando con barro, lo van entrelazando en parantitos, palos en forma redonda y eso lo vas trenzando, entendés?

-E. Haciendo una especie de torre
-Blanca. Eso!!! Hasta que lo cerrás acá arriba, pero le dejás una boquita, un huequito para meter la algarroba, así se almacena la algarroba, ahora no sé si bien fresca o la dejarán orear un poco, me parece que ha de ser oreada un poco y recién se pone ahí, y ahí pasa todo el invierno … no no, todo el verano. Con eso sacás esa alagarroba después y la moles y con eso se hace el patay.

-E. También me contó Ud. de un cuero en el que se guardaba dulce!
-Blanca. Era todo un cuero del chivo, el abuelo y mucha gente seguro, lo sacaba todo completo, no lo partía al medio, hasta con las patitas, las manitos del chivo, todo, lo dejaba secar y lo sobaba, hasta que quedaba una cabritilla, de tan suave eso, ahora no sé qué otra cosa le ponían al cuero, una sal para curarlo debe haber sido, ahí se ponía, se guardaba el arrope, y eran colgados de los zarzos, ahí se ponían el queso, la tira del zapallo, ahí se colgaban esos chivos con esos dulces (risas )

-E. Prácticamente tenía la forma de un chivo
-Blanca. Y sí, era un chivo, y estaba lleno de dulce, para sacar el dulce, dejaban una patita que estaba atada, las patitas las cuatro, y desatabas una patita y sacabas el dulce. Ahhh esos quesos, esos dulces, qué cosa rica no?

-E. Antes de cambiar de tema, se acuerda del charqui?
-Blanca. Ah, cómo le gustaba a mi papá el charqui. También se guardaba ahí en esos zarzos. El charqui, se corta la carne blanda, bien fina y se sala, y se pone a secar, en el sol, no un sol fuerte, se va secando de a poco, hasta que se queda bien seco, seco. Con el charqui se hace una comida que se llama “charqui can” (se ríe por el recuerdo y dice que es muy importante), bueno se molía eso cuando está seco, se molía en el mortero de madera, con una mano de hierro o de una piedra, o de una madera dura, de un quebracho por ejemplo, con eso se molía la carne, el charqui, entonces se rehogaba cebolla, le ponías adentro el charqui,  ahí le condimentabas como a vos te guste. Se va cocinando con un poquito de agua, después se ponía un poquito de harina, ese es el charquican.

-E. Qué lindo nombre no? Charquican, vaya saber uno de dónde vienen esos nombres?
-Blanca. Y de los indios. Eso es del indio.

(Le entrego a Blanca una foto, que previamente me obsequió en la charla de preentrevista, de su hermanita Celia, fallecida siendo un bebé y en la que aparece ornamentada bajo el rito de lo que se conoce como “la muerte del angelito” vestida con ropas blancas, con un moño en la cabeza y con alas también blancas, está sentada sobre una silla y encima de la mesa, rodeada de rosas y plantas. La foto es originalmente en blanco y negro y ha recibido el tratamiento del sobrepintado posterior)


Rito "La muerte del Angelito" la pequeña Celia fallecida en Tilquicho Cba. en la década de 1930. Hermana de la entrevistadas (foto donada por la familia al autor)



-E. Qué se acuerda Ud de esta historia?
-Blanca. (mira la foto y comienza a responder) Bueno, ella nació cuando vivíamos en Tilquicho, de qué se enfermó no te voy a decir, porque no lo se, yo era muy chiquita, pero murió al año y nueve meses, casi dos años. Entonces, yo me acuerdo, que nos veníamos, mamá con la nena en una Boiture, creo que así se decía, (se ríe por el recuerdo del modelo del auto) y nosotros veníamos en ese asientito que tenía atrás, al aire libre, ahh chochos nosotros con el Pocho (su hermano. Qué sabíamos de la gravedad de la criatura, por Dios! Y vinimos acá a Villa Dolores, no sé cuántos días habremos estado pero ahí murió la nena. Murió en la casa de la tía María. Y ahí velaron la nena. Ahí la han preparado así, en esa sillita, con ese vestido. Yo no me acuerdo, pero dicen que los muchachones así, los niños, se juntaban y decían “se ha muerto el angelito” vamos a ir esta noche, va a estar bárbaro, vamos a jugar al anillito, vamos a jugar a la escondida, vamos a jugar a todos esos juegos, hacían adivinanzas, ahí estaban en el lugar donde velaban al angelito. Mirá vos lo que hacían (enfatiza con admiración)!


Entrevistada: Pura Celia del Rosario Moreno, 72 años.
Lugar de la entrevista: Los Hornillos Dto. San Javier. Pcia. Córdoba

Pura Celia "Chela" Moreno, entrevista realizada en Los Hornillos Octubre 2012



Entrevistador: Podrías presentarte?
-Chela. Nací en Las Jarillas, un pueblo, bueno ahora es un pueblo, antes era una estancia de mi padre… a los tres años me vine a vivir a Villa Dolores…nunca volví y en realidad no se por qué. Mi infancia acá, hice hasta 3° grado en la Escuela Belgrano, acá en la entrada del pueblo. Luego pasé a la escuela San Martín, cerca de la estación, ahí vivíamos en una quinta y cruzaba por un espacio grande de carbón…
-Entrevistador. Ya me has hablado del carbón, por qué aparece siempre el carbón en  tus recuerdos de la niñez.
-Chela. Según mi hermana mayor, antes de salir de Las Jarillas, mi padre embolsaba carbón, con su gente y la traían en carros a Dolores. Ella dice que mientras se trabajaba en eso, yo jugaba con el carbón, por eso tal vez es que me gusta tanto la fragancia del carbón, la testura, me encantan…Entre otras actividades en las Jarillas se hacía el carbón y se vendía. (…) minuto10.17
-E. Contame de los miedos de la infancia.
-Chela. Bueno, los miedos, no se, venían unas tías de mucho más campo, y contaban historia  a la noche, y uno se iba con eso a dormir, y, bueno no había televisión ni radio y esas historias que contaban eran horribles, y no me acuerdo, lo que si me acuerdo es del “remolino”
-E. Qué es el remolino, algo que usaban para que tuvieras miedo.
-Chela. Sí, el remolino era como un embudo de tierra, era como que eso subía así, como un tornado, y mi mamá me decía si salís a la siesta el remolino te va a llevar. O me decía en si salís a la siesta la gitana te va a llevar, yo creo que ella le tenía miedo a las gitanas (risas) Ella se iba a dormir tranquila… (…) minuto 37.01
-E. Hablemos de los juegos de niños, algo de lo que me contabas la otra vez, cuando me contaste de tu hermanita muerta.
-Chela. Mi hermana murió antes de que yo naciera, unos cuatro años antes, murió cuando tenía un año y medio, y le hicieron la muerte del angelito. Ella se enfermó en el campo y la trajeron a Dolores. Ahí toman un auto, o ahí fue un auto a buscarlos, no sé. Cuando yo nací me pusieron el nombre de esta hermana mía que murió. Pero lo juegos que vos me preguntás yo los jugué en otros velorios de “angelitos”… claro porque mi madre sabía ser como, no te digo que esas lloronas que iban a los velorios pero más o menos, ya que sabía todo los rezos del rosario, los misterios y la iban a buscar ella para que rezara, y a mi hermano “el Tuquito” lo buscaban para hacer las alitas, se ve que era bueno en eso. Pero se jugaba alrededor de una mesa donde se velaba al angelito, en la casa de Blanca (hermana) hay fotos[2] de mi hermanita toda vestida de blanco y los cachetes parecen como coloridos, y con alitas en la espalda, y esta sentada en una sillita sobre la mesa. Yo jugaba a la ronda, al pisa pisuela y al anillito, que decía algo así: te doy el anillito, no te doy nada, te doy el anillito no te doy nada, hasta que se lo dabas a otros niños y él seguía. Era como una fiesta, se comía…Yo el recuerdo feo que tengo es cuando me llevaban a los velorios de la gente grande…(…)






[1] Las Jarillas, Departamento de Pocho
[2] Ver fotografía del velorio “La muerte del angelito” en http://loshornillosbibliotecainmaterial.blogspot.com.ar/