miércoles, 25 de septiembre de 2013
lunes, 8 de julio de 2013
Los niños en edad escolar.
Los niños en edad Escolar
Haremos
referencia en este apartado la relación entre trabajo infantil y asistencia a
la escuela, teniendo en cuenta las entrevistas realizadas. Es notable que en
los testimonios aparezca la recurrencia del trabajo infantil y por ende
asociado a la corta o nula escolarización. Como vimos en el apartado anterior
el trabajo de los niños fue una estrategia del grupo familiar para subsistir,
lo que no queda muy en claro es si esta ausencia de escolarización respondió en
todos los casos a una a decisión tomada en el seno de la familia, o si estuvo
relacionada a ciertas formas del fracaso escolar, para ello se debería haber
evaluado otras variables en las entrevistas, pero lo concreto es que la demanda
del grupo de pertenencia era siempre más alta que la que ejercía la escuela en
la vida de los menores. Marta: “…nos mandaban a la Escuela y a trabajar, a la Escuela a la mañana y a la
tarde a cuidar chicos, hasta tercer grado fuimos porque después nos mandaron a
trabajar…” En el testimonio de Doña Pilar aparece otra variable
relacionada al rechazo que sufrió al intentar su abuelo escolarizarla y dice:
“…A
los 7 años me trajo mi abuelo a la Escuela
Tránsito de María de Cura Brochero para que estudiara la
primaria, pero allí no me quisieron aceptar porque era hija de madre soltera…”
pero inmediatamente cuando le preguntamos qué hizo su familia frente a este
rechazo, es decir si buscaron otra escuela o alguna otra estrategia par
educarla nos dice: “…Me fui a trabajar, a planchar, a lavar,
cocinaba, porque mi abuelo me enseñó…” el abuelo, que fue quién la crió
y la educó, la mandó a trabajar desde los 9 años como empleada en una hostería
y allí comenzó un derrotero que acabó a los 19 años, es decir que nunca terminó
sus estudios. El Sr Fernández también tuvo una escolarización incompleta debido
a la pobreza que recuerda enfáticamente en la entrevista y nos menciona que “…lo
poco que yo fui a la escuela fue en Las Chacras, algo en Las Rosas…”
Este tipo de
hogar productor ha privilegiado el trabajo de los niños como una suerte de
estrategia para sobrevivir, pero también es importante comprender que el
trabajo infantil es una pauta cultural que se reproduce al menos hasta esta
generación entrevistada. Seguramente que en esta problemática intervienen otros
factores externos a la familia, relativos a la intervención de las políticas
publicas del estado, o relativos a la ausencia del estado. Otros factores
pueden ser el aislamiento o la soledad con
las que estas familias se han manejado durante largos periodos de tiempo. No queremos impulsar un tratamiento sesgado de estas
viejas prácticas que pueden haber dado anclaje real a pautas de convivencia de
los grupos familiares, pero sí reponer para las nuevas generaciones lo difícil
que ha sido la niñez para estas personas.
Hay una
estrecha relación entre las diferentes situaciones económicas de las familias y
la escolaridad en estas zonas serranas, más asociadas a la vida rural que a la
urbana. Por ejemplo lo que observamos es el testimonio de Doña Adela, es que su
familia destinaba un espacio para que se
usara de Escuela, ante la ausencia del Estado o las distancias extremas con las
escuelas confesionales o de gestión pública, ella recuerda “…En mi casa, mi padre tenía un salón grande y
él lo prestaba para que las maestras dieran clases, no había edificio, era
grande el salón con piso de madera, iban los chicos del pueblo como 20 o 30
chicos, y pocos grados, y de las maestras que iban me acuerdo de una que vivía
en Cura Brochero que se llamaba Claudina Altamirano, muy buena señorita, pero
cuando nos portábamos mal nos daña con el caño[1]…”
Lo sustancialmente diferente de este testimonio es que la familia de Doña
Adela, pese a estas practicas del castigo, privilegiaba la educación de sus
hijos en lugar de hacerlos trabajar a edad temprana. También el testimonio de
Doña Delia que remarca con mucho humor que su padre quería que fueran seis años
a la Escuela ,
y que pese a que en la escuela de Los Hornillos no había todos los grados
organizados, debió repetir varias veces, hasta que siendo adulta terminó su
escolarización, y señala: “…el problema era que no había segundo año, y
cuando yo terminé el primer grado, al año siguiente tenía que hacer segundo
pero no había segundo, y no había manera de hacerle entender eso a mi padre, él
decía que había que ir 6 años a la escuela y bueno, después cuando se hizo el
segundo año lo aprobamos, y así fue hasta que en 5 grado, yo lo hice con una
señorita de Villa Dolores… el 6° lo aprobé en una escuela de adultos,
ahí al lado de la Iglesia ,
se había abierto para eso, para terminar la escuela…” Si leemos entre
líneas lo que ocurrió es que Delia asistió a la escuela hasta el 5° Grado, y
luego siendo ya adulta decidió terminar con esos estudios. Lo que tienen de
conmovedores estos testimonios es que son producto de la agudización de la
memoria emotiva, y que el relato, como un dispositivo del presente, va
ordenando la experiencia vital para dar un sentido a la narración que se asocia
a la propia identidad, es decir que una y otra vez el narrante se construye en
su relato.
Otra
singularidad es que todos las experiencias escolares, breves o completas, son
recordadas por estos adultos mayores con mucha alegría, y si la felicidad son
instantes en nuestras vidas es eso claramente lo que aparece en sus alusiones
al recuerdo escolar, los amigos, los juegos, las maestras, las anécdotas, los
golpes, todo aparece con risas y frescura de niño. Por ello resulta aún más
elocuente que la falta de escolaridad es tal vez la más grave experiencia de
vida de estas personas. También es sintomático y no resulta hacer ninguna
comprobación respecto de que la escolaridad es una consecuencia de la situación
social y económica de la familia.
En el
testimonio de la Oma ,
que es una persona muy querida y respetada en la localidad, siendo la
propietaria del negocio más próspero y antiguo del lugar, se contrasta con la
realidad de los otros entrevistados, y al referirse a sus seis hijos nos dice:
“…todos
fueron a la escuela primaria de acá, estuvieron también dos años en Las Rosas,
y todos hicieron la secundaria, en el Normal de Villa Dolores las mujeres, y
los varones en el Industrial, luego dos de ellos estudiaron en Córdoba, … el
varón se recibió de ingeniero y la hija de bioquímica…” Con un claro
orgullo, la Sra. Von
Ledebur nos relata que todos sus hijos trabajaron en el negocio familiar, pero
que todos terminaron por lo menos los estudios secundarios.
No ha sido
nuestro propósito realizar diagnósticos empíricos de cómo fue la situación de
los niños en el ámbito de este valle durante el siglo XX. Pero sí estamos
seguros que nuestra intención fue dejar un registro de las diferentes realidades
y modos culturales de vida en las zonas rurales de traslasierra a partir de
estos testimonios.
[1] Cuando
le preguntamos por este maltrato que recibía en la escuela nos dice: “…Claro,
nos pegaba con ese bastón que tenía, cuando no hacíamos los deberes, ya mi
padre le había dicho a ella, Señorita
cuando mis hijos no traigan los deberes, ud mándeme una nota y póngale en
penitencia todo lo que corresponda.
Entrevistadores.
¿Pero la maestra pegaba también? Doña Adela.
Aha, nos pegaba con el bastoncito ese que tenía, nos pegaba lindo con el
puntero…”
jueves, 13 de junio de 2013
La muerte del Antelito.
La muerte del angelito
“Cuando
muere el angelito
ay, ay,
ay, ayayaitay...
le cantan
las alabanzas
será por
su alma bendita”
Inchausti-Ferreyra
Celia Moreno fallecida a mediados de la década del 1930, en la zona de Tilquicho, y velada en V. Dolores a la manera de este rito |
La muerte de un
niño en las zonas rurales se velaba en el ritual conocido como La
muerte del angelito. La creencia popular establecía que por tratarse de
un inocente éste iría al cielo por su pureza y por la ausencia de pecado. Por
esta razón el rito en cuestión consistía en una celebración en la que se comía,
se bailaba y se asistía con niños que jugaban a rondas y adivinanzas, casi
siempre juegos con prendas. Se suele sostener que la superstición incluía la
creencia de que no debía llorarse estas muertes porque se mojarían las alas del
angelito y eso le dificultaría el vuelo al cielo. Hay investigaciones que
sostienen que estos velorios podías durar más de un día y que se ha registrado
casos en los que el bebé fallecido era “prestado” para que la celebración
continuara en otra casa. Lo cierto es que todas las personas entrevistadas a
las que se le preguntó respecto de este rito, conocían o habían formado parte
del mismo en forma directa, tal es caso del testimonio de las hermanas Moreno
que relatan la muerte y el velatorio de su propia hermana ocurrido en la década
de 1930 en la zona de Tilquicho, Córdoba.
En la
entrevista a Blanca Moreno le preguntamos sobre esta cuestión mostrándole la
foto[1]
de su propia hermana y que ella misma nos regalara y comienza a responder: “…Bueno,
ella nació cuando vivíamos en Tilquicho, de qué se enfermó no te voy a decir,
porque no lo se, yo era muy chiquita, pero murió al año y nueve meses, casi dos
años. Entonces, yo me acuerdo, que nos veníamos, mamá con la nena en una
Boiture, creo que así se decía, (se ríe por el recuerdo del modelo del auto) y
nosotros veníamos en ese asientito que tenía atrás, al aire libre, ahh chochos
nosotros con el Pocho (su hermano), qué sabíamos de la gravedad de la criatura,
por Dios! Y vinimos a Villa Dolores, no sé cuántos días habremos estado pero
ahí, murió la nena. Murió en la casa de la tía María. Y ahí velaron la nena.
Ahí la han preparado así, en esa sillita, con ese vestido. Yo no me acuerdo,
pero dicen que los muchachones así, los niños, se juntaban y decían “se ha
muerto el angelito” vamos a ir esta noche, va a estar bárbaro, vamos a jugar al
anillito, vamos a jugar a la escondida, vamos a jugar a todos esos juegos,
hacían adivinanzas, ahí estaban en el lugar donde velaban al angelito. Mirá vos
lo que hacían (enfatiza con admiración)!
Del mismo
modo que en el relato de Blanca aparece con gran elocuencia la descripción del
rito, las entrevistadas tanto des las zonas serranas como las del llano, es
decir de una punta a la otra del valle de traslasierra, el velatorio de los
niños es recordado de esta forma descripta también por Doña Delia, quién consultada si
recordaba cómo eran estos velatorios en esta zona del faldeo de las sierras
grandes no dice: “…sí claro, cuando moría un bebé
no había que llorarle, se contaban cuentos, y todas esas cosas, relaciones, era
una fiesta porque era un bebé que no tenía pecado. Lo velaban en una mesa, y no
había silencio y se jugaba alrededor, los chicos hacían una ronda y el bebé le
ponían alitas, yo con mi hermana ¡si habremos hecho alitas para los angelitos!
con papel crepe, y con la tijera lo enrula quedaba lindo así. Pero he ido poco
a esos velorios porque a mí me daba pena, porque la familia penaba igual.
Es coincidente
en las descripciones que hacen los entrevistados la relación a los juegos que
se practicaban que en estos velatorios de los niños, pero hay un juego que
apreció en todas las consultas hechas sobre este tema, y es el juego del
“anillito” Doña Adela, por ejemplo
nos cuenta su recuerdo muy vívido “…Claro, se jugaba así, se hacía una ronda y
se pasaban las manos así y se decía, Anillo te doy no te doy nada, anillito te
doy no te doy nada, bueno Uds. va ¿Quién tiene el anillito? y luego había que
adivinar quién lo tenía. Se jugaba en la muerte del angelito. La muerte del
angelito era estar ahí, ponerle florcita y estar ahí, en la mesa de la casa, le
ponían al angelito las alitas y lo velaban ahí en la misma mesa de la casa
donde vivían, los chicos jugaban al anillo, todo tranquilo, no había gritos no
había líos, lo lloraban los padres, cómo no lo van a llorar es un hijo que se
les va…”
Los
teóricos que se han ocupado del tema de este ritual como es el caso de Sergio
Avendaño[2] confirman que el origen de
esta costumbre viene con la colonización española y que a su vez tiene
antecedentes en la cultura musulmana. El rito se realizaba en concordancia a la
costumbre cristiana, tanto en las zonas urbanas como en las rurales hasta bien
entrado el siglo XIX. Pero lo que se puede comprobar en innumerables
recopilaciones realizadas por el grupo de investigación llamado Relatos del
Viento,[3] en la zona norte de la provincia de Córdoba, es que originariamente
se festejaba la muerte de los niños con bailes y comidas, pero a medida que el
siglo XX fue avanzando y el Estado comenzó a intervenir tratando de impedir que
se festeje la muerte, este ritual se fue realizando cada vez en forma más
aislada y en los lugares más retirados propios de las zonas rurales. También se
observa en los testimonios que fue modificándose, que si bien continuó el
espíritu celebratorio del rito, a mediados de los años cincuenta se fue
haciendo menos frecuente y menos festivo. Doña Marta, nos da su
punto de vista junto con el recuerdo de este tipo de velorios, y nos dice: “…Claro que era una cosa dolorosa para la
familia, pero había que tomarlo de otra manera porque era un angelito, y en el
velorio se hacía algo como para entretenerse para pasar la noche, estábamos ahí
y era como una cosa normal, porque morían muchos bebés…” No resulta
difícil establecer lo frecuente que era la muerte de un bebé, y bien conocido
son los índices de mortalidad infantil de la primera mitad del siglo XX. Nótese
el comentario de Marta en este sentido “…porque morían muchos bebés…”
Como se hace mención más arriba, el
autor cuenta con una foto original en su poder que retrata el ritual del
angelito, en este caso es singular que se trata de su propia tía sanguínea. Mi
madre Pura Celia “Chela” Moreno heredó el mismo nombre de su hermanita
fallecida al año y medio de nacida, y que fuera velada en esta costumbre. Pero
este recuerdo, guardado en lo profundo de la historia familiar, apareció a
partir de esta investigación que llevamos adelante con el fin de rescatar la
memoria de los abuelos de este lado de las sierras. Por esta razón cerramos
este apartado sobre el rito con su testimonio: Chela: “…Mi hermana murió antes de que yo naciera, unos cuatro años
antes, murió cuando tenía un año y medio, y le hicieron la muerte del angelito.
Ella se enfermó en el campo y la trajeron a Dolores. Ahí toman un auto, o ahí
fue un auto a buscarlos, no sé. Cuando yo nací me pusieron el nombre de esta
hermana mía que murió. Pero lo juegos que vos me preguntás yo los jugué en
otros velorios de angelitos… claro porque mi madre sabía ser, no te digo que
esas lloronas que iban a los velorios pero más o menos, ya que sabía todo los
rezos del rosario, los misterios y la iban a buscar ella para que rezara, y a
mi hermano el Tuquito lo
buscaban para hacer las alitas, se ve que era bueno en eso. Pero se jugaba
alrededor de una mesa donde se velaba al angelito, en la casa de Blanca
(hermana) hay fotos de mi hermanita toda vestida de blanco y los cachetes
parecen como coloridos, y con alitas en la espalda, y está sentada en una
sillita sobre la mesa. Yo jugaba a la ronda, al pisa pisuela y al anillito, que
decía algo así; Te doy el anillito, no
te doy nada, te doy el anillito no te doy nada, hasta que se lo dabas a
otros niños y él seguía. Era como una fiesta, se comía…”[4]
[1] Le entrego a Blanca una
foto, que previamente me obsequió en la charla de preentrevista, de su
hermanita Celia, fallecida siendo un bebé y en la que aparece ornamentada bajo
el rito de lo que se conoce como “la muerte del angelito” vestida con ropas
blancas, con un moño en la cabeza y con alas también blancas, está sentada
sobre una silla y encima de la mesa, rodeada de rosas y plantas. La foto es
originalmente en blanco y negro y ha recibido el tratamiento del sobrepintado
posterior. Ver entrevista a Josefa “Blanca” Moreno en Apéndice Documental.
[2] Ovendaño, Sergio “Cordobitas I, II. Con un
propio testimonio se ilustra la creencia “A media noche, sentimos que el alma
de la niña emprendía su partida. La gente acompañó su vuelo bailando. No creo
que haya cosa tan agradable como sentir aquella alegría emocional que
profundizaba el parentesco del cielo con la tierra…” Suplemento Córdoba X,
diario La Voz del
Interior pág. 150
[4] Ver foto en apéndice fotográfico, y entrevista
a Chela Moreno en apéndice documental.
miércoles, 12 de junio de 2013
Temas y Categorías. El paisaje
El Paisaje
¿Cómo entender la vida en las Sierras sin la
presencia del paisaje? El paisaje está presente en casi todos los testimonios
obtenidos. Por tratarse de un ámbito serrano es sintomático reconocer la
importancia que los pobladores dieron, y le dan a los cerros, los senderos, los
arroyos, el aire puro de la zona, las lomadas que caracterizan esta localidad.
Por ejemplo Doña Pilar nos dice: Yo extrañaba el aire puro de la sierra. (la
entrevistada dice que por esta razón se volvió de Buenos Aires cuando sus
patrones la había llevado a trabajar) Yo visité a mi abuelo durante toda su vida,
cuando el abuelo murió no visité más a la sierra. Los nombres
de los cerros también están presentes en los relatos, en la memoria y en la
vida cotidiana de los serranos: Delia toma el libro[1]
en sus manos y mira la tapa y dice “Este es el Cerro Vallo, no el Cerro Negro
como todos creen acá, mi amiga de acá enfrente le puso a su negocio Cerro Negro
pensando que este de acá atrás es el cerro Negro, pero en realidad el Cerro Negro
es este otro que está al ladito, y éste que está en la tapa de este libro es el
cerro Vallo”. La gran parte de la vida de estas personas está asociada
al paisaje, sus experiencias vitales, sus recuerdos más dolidos y profundos, la
niñez, el trabajo y lo cotidiano, se desarrolló en las laderas de estas
sierras, en sus senderos y picadas de animales, en sus cimas, ejemplo de esto
es el testimonio de Don Fernández, más conocido en el pueblo como El Nene
Fernández, quien cuenta en su haber al paisaje serrano como algo natural pero
también como algo alterado con sus propias manos: … yo ya estaba haciendo la picada
para la línea de Canal 12 (Cba) y bueno me quedé ahí y no salí nunca más,
hicimos la línea… y me quedé ahí 27 años de mí vida trabajando ahí en la cima
de las sierras… allí hay una pampa como se le dice, y un cerro…ud vé desde acá
abajo donde están las antenas, para eso había que hacer el camino, y yo he
hecho como cien escalones en la sierra…ese caminito de hormiga para poder subir
el material, incluso la torre de hierro, hasta poder hacer arriba los huecos en
la piedra viva… Doña Goya que aun vive en la lomada sur del pueblo en
plena sierra, nos habla de la soledad como un recuerdo de la vida en los cerros:
“Bueno
en las alturas, allá en las sierras hay pocos vecinos, por eso había pocas
amistades, pero en la escuela sí tenía algunas amigas…Lo que sí recuerdo es que
mi marido cuando cruzaba las sierras para ir a las cosechas del otro lado, al
maíz o lo que sea…”. La
Señora Marta (f) nos cuenta: “allá arriba más arriba de lo de
Rosita chávez (señala con la mirada hacia las sierras, hace referencia
a la casa de la llamada “tejendera” Doña Rosita Chávez quien vive camino al
cerro de la Ventana ), oh
lejos si viera, esa lejura”, le preguntamos por qué era tan difícil la
vida en las Sierras:“…Porque era sacrificado todo, vivir, trabajar, andar, bajar y subir
para hacer cualquier cosa…”
[1] Se le entrega en el
momento de la entrevista el libro
realizado por la Biblioteca Popular ,
“Historias populares cordobesas. Los Hornillos” 2007, en él se publica una
entrevista a su hermano mayor.
La tradición oral
Los relatos
de vida son siempre una búsqueda de identidad que se presenta en forma
narrativa. El que habla construye una historia, su historia, es decir se
construye de manera más o menos consciente, a partir de la propia subjetividad
y de la propia memoria, que siempre es parte de una memoria también colectiva.
El espacio de diálogo que ofrece la entrevista es la posibilidad de poner en
escena el carácter narrativo de toda experiencia vital. Por ello resulta tan
importante afirmar la idea de que lo que se busca con estas transcripciones es
la materialidad
misma del decir, dando especial atención a las emociones, los lapsus,
los silencios, las alteraciones de la voz y el lenguaje corporal en general porque
todo ello constituye, muchas veces, la posibilidad de ir más allá de los
propios contenidos de lo que se dice.
Para cada
entrevista se intentó la formulación de problemas con formato de interrogantes
y preguntas para guiarnos en las charlas, pero lo suficientemente flexibles
para dejarnos llevar por el decir en tanto tal de los
interlocutores y de la empatía que se produce con ellos.
No perdemos
de vista que lo escrito es siempre una artificiosidad del que escribe, y que
con el afán de dar sentido a lo que se transcribe se pone en riesgo la
literalidad de lo que se dice oralmente. Por ello hemos resuelto intervenir lo
menos posible para respetar el entramado significante de sus voces.
En el
encabezado de cada entrevista se aclara quiénes realizaron la misma y quiénes,
en los casos que fue necesario, nos guiaron, nos contactaron o simplemente nos
allanaron el camino, hasta nuestros decidores que son los reales
protagonistas de esta historia que resulta de machacar la memoria.
Lo primero
que nos planteamos cuando hacemos una entrevista es qué hacer con la voz del
otro, especialmente cuando estos testimonios son frágiles retazos de vida y
subjetividad. Por otra parte se han consolidado dentro de las ciencias
sociales, después de largas batallas por la pertinencia de los métodos
cualitativos, entre ellos los métodos biográficos, el abordaje a conocimientos
que proporcionan linealmente y por a través de los análisis que habilitan estos
universos existenciales. Por ello, cuando consideramos una categoría que se
reitera en una o más voces no buscamos establecer generalizaciones con la
intención de cuantificar un hecho
social, ni mucho menos establecer la validez de de un caso; porque somos consientes de que el hilo que va tejiéndose en
sus palabras es el de sus propias vidas, y nuestro interés al intervenir como
escuchas o narradores de lo que se dice, es excluyentemente un interés por
reconocer las características culturales identitarias de nuestros entrevistados
y, a través de ellos, de las de los habitantes de esta comunidad.
La
inteligibilidad de estos fragmentos de vida se impone por sí misma,
principalmente por su propia transparencia y por ofrecer un terreno presto a la
interpretación. Estos testimonios pueden pensarse, por sus ricos detalles
significantes, como casos emblemáticos y simbólicos de la trama social de un
pueblo serrano en un lapso temporal ubicado en la primera mitad del siglo XX,
pero además pueden permitir reconocer y reconocerse como partes de un todo.
No se
pretende en este apartado ningún tipo de exploración estructural con fines
académicos, muy por el contrario lo que se busca es dar cuenta de algunas puntualizaciones
que realizaremos a partir de las categorías, que acá se señalan, con el objeto
de responder a las expectativas planteadas en el proyecto inicial. Es decir, no
solamente reponer las voces de estos habitantes de la comunidad, desgrabadas
textualmente, sino intentar con ellos repasar los datos construidos, el sesgo
de las variables que aparecen en sus palabras, y algunas conceptualizaciones
para que no pasen desapercibidas cuestiones tan importantes como son los temas proyectados.
viernes, 7 de junio de 2013
Entrevista a la Oma Von Ledebur
Entrevista a la
Oma Von Ledebur
realizada por Ricardo Di Mario, nos acompañó Milagros Di Mario quien como asistente
de los equipos técnicos. La Oma
nos recibió en su departamento de la Hostería
Alta Montaña.
Irma Edith Horn de Von Ledebur La Oma de Alta Montaña de Los Hornillos |
Entrevistador. Nosotros la conocemos
como la Oma , pero
se puede presentar con su nombre completo y lugar de nacimiento
Entrevistador. Mire Uds. en Escobar, que
linda toda esa zona
Entrevistador. ¿A Zárate Brazo Largo?
Entrevistador. ¿Y cómo conoció a Los
Hornillos?
Entrevistador. ¿Venían a hospedarse
principalmente alemanes?
Entrevistador. ¿Y qué recuerdos tiene de
cómo era el pueblo cuando ud llegó?
Entrevistador. ¿Ud conoce las comidas
locales, lo que se comía antes, la comida criolla, los yuyos que se usaban?
Entrevistador. Bueno muy bien, conoce
“la chanfaina”
Entrevistador. “La sastaca”
Entrevistador. ¡Sastaca!
Entrevistador. “Charquican”
Entrevistador. Sí Oma, Doña Goya la
nombró y yo la conocía con otro nombre porque me la han nombrado personas
entrevistadas de la zona más al sur, de Chancaní por ahí.
Entrevistador. Claro eso es lo que le
llaman el puesto Altamirano, es decir que también debe conocer a Rosita Chávez
Entrevistador. Oma, todas las personas
que viven acá le tiene mucho respeto y mucho cariños, a qué se debe esto, qué le parece a ud?
Entrevistador. ¿Y siempre fue un negocio
familiar en el que trabajaban los hijos también?
Entrevistador. Entonces seguramente por
eso conoce a tantas personas del pueblo, por los que han trabajado acá, y por
lo amigos de sus hijos.
Entrevistador. ¿Oma le puedo preguntar
por la política, le ha interesado la política alguna vez? Ud recién nombró a
los Ortiz Soria, y bueno nosotros revisando cosas del pueblo encontramos unos
poemas de Ismael Ortiz Soria en los que celebra el golpe de la libertadora, el
golpe que destituye a Perón.
Entrevistador. Bueno para ir cerrando
Sra. no quiere contarnos ¿Cómo ha hecho para mantenerse tan bien?
Entrevistadores. Muchas gracias por esta charla Sra. Ya la vamos a invitar cuando hagamos la presentación del trabajo.
[1] En la entrevista a Doña Marta nos cuenta que en
la niñez jugaban con Inge, la hija de la
Oma , en su casa pasando música con una vitrola cuando la Oma no estaba.
Entrevistas a las hermanas Moreno (zona Las Jarillas, Villa Dolores, Tilquicho, Cba)
Las Entrevistas
a “Blanca” y “Chela” se realizaron en el marco del curso
Biblioteca Inmaterial, Tradición oral y pertenencia, dictado por el grupo Relatos del Viento del mes de Octubre
del año 2012. Los mismos fueron realizados por Ricardo Di Mario, con asistencia
técnica de Franco Egel y Liliana Stolz, en la localidad de Los Hornillos. Se
eligió a estas hermanas por su experiencia de vida en el campo en la zona
suroeste[1]
de la provincia de Córdoba casi en el límite con la provincia de La Rioja. Para el presente trabajo
nos resulta un insumo muy interesante para comparar saberes y costumbres de las
distintas regiones que componen el oeste en el amplio valle de Traslasierra.
(ambos casos se trata de fragmentos de las entrevistas)
![]() |
Josefa "Blanca" Moreno. Entrevistada en Los Hornillos en Octubre 2012. |
Entrevista
a Blanca
Nombre, fecha y lugar de nacimiento: María Josefa “Blanca” Moreno, nacida en Las Jarillas, Departamento de Pocho,
Pedanía de Chancan, el 21 de Octubre 1927, hija de Margarita Murúa y Jerónimo
Moreno.
-Entrevistador. Cuentemé un
poquito de la casa, de cómo era esa casa en Las Jarillas
-Blanca. (describe la casa y hace hincapié en las
formas de almacenamiento del agua, menciona la palabra “noqui”, le pido que nos
cuente qué era y qué función tenía)
…También
teníamos un Poso Balde: tirado por un animal que tiraba una soga y eso caía en
un Noqui. Que se hacía con el cuero de un animal, y eso
iba atado a una soga con una roldada y es tirado, no sé unos 30 mts, 40 mts,
bueno según la profundidad, y cuando llegás al final, ese tacho, ese tacho no
es, ese “noqui” se daba vuelta y caía en
un piletón, en un piletón grande y de ahí se repartía para el bebedero de los
animales…
-E.
Esa agua se repartía en baldes?
-Blanca. No! Ese piletón enorme tenía sus salideras para las piletas, habrá sido
con un tapón, se llenaban los bebederos de agua. Los caballos, las mulas, mi papá tenía muchas mulas porque tenía tres
carros trasladaban las maderas, el carbón que se hacía, a los Cerrillos, a Los
Cerrillos porque ahí estaba el ferrocarril y la otra población cercana era
Chancaní.
-Entrevistador. (nuestra entrevistada
menciona, entre las actividades del campo y el trabajo de los peones, la
actividad relacionada con el carbón, le pedimos que describa un poco ese
trabajo) Con qué madera se hacía el carbón?
-Blanca. Bueno tenía muchos peones para cada tarea distinta en la estancia,
estaban los peones, los hacheros que cortaban el algarrobo, el quebracho, bueno
pero el quebracho era muy caro, así que se cortaba el algarrobo, hacían el
horno, se quemaba no sé cuantos días, 25 días creo que llevaba eso, y había que
cuidarlo, tenía que ir muy despacito el fuego, para quemar toda esa cantidad de
leña, bueno después lo dejaban enfriar, lo sacaban de costado para que se
enfríe, luego se embolsaba y se cargaba en los “camiones” no en los camiones
no, en los carros, tres carros tenía, tenía una barbaridad de mulas, yo ahora
no me acuerdo pero habrán sido doce (12) mulas en cada carro, habrán sido.
-E. Se acuerda de las comidas que hacía en el
campo, que le hacía Margarita (su madre)
-Blanca. Y las
comidas son las mismas. El puchero, de carne de cabra, que feo eso el puchero
ese, tengo recuerdo. Se hacía la mazamorra, se hacía el pan casero, y se hacían
las tortas al rescoldo, porque le gustaba a mi mamá, debo haber sido más
grandecita yo, porque mi papá me mandaba vaya a hacer una tortita al rescoldo,
yo la amasaba así, la ceniza así y había una lata se ponía sobre esa ceniza
caliente, se ponía otra chapita de esas y la tapabas con esa ceniza caliente.
Esa es la tortita de campo. Tortita le llamábamos nosotros (afirma), la torta de rescoldo.
-E. Se acuerda de la “chanfaina”
-Blanca. Ahhh
la chanfaina, bueno se carneaba un
chivo, recibías la sangre y con toda esas tripitas, tenían una habilidad para
sacar eso, se lavaban pero muy bien, tenías el hígado, todo eso picadito y se
hervía la sangre y la picabas también, luego se freía con cebollas, con mucha cebolla, y algunos le ponían azúcar
o pasas de uvas y se le echaba un poquito de harina, no mucha unas dos
cucharaditas, según la cantidad, esa era la chanfaina. Estofados, locro, en el
tiempo del choclo, el zapallo lo cortaban y lo iban enhebrando, eso no lo
hacían en mi casa, lo hacía mi abuelo, los vecinos, eso lo guardaban para el
tiempo que no hubiera zapallo.
-E. Una forma de almacenamiento, Cuentemé cómo
se guardaba eso.
-Blanca. Bueno se cortaba en tajadas, y se iban enhebrando en alambre y te
hacían unas tiras así y las colgaban en los zarzos (tardó unos minutos en
recordar esta palabra) ….donde se
guardaban también los quesos, y se colgaba para cuando no hay zapallo. Después
había, en mi casa no, porque en mi casa había cocina, pero yo me acuerdo que en
casa de mi abuelo había fogón y ahí tenían la olla de hierro con mazamorra, la
ola de hierro con leche, y la olla con la sopa el zapallo, la papa, eso se
comía a las doce y a la noche y sabés cuál era el postre, tomaban mazamorra con
leche y la sopa se comía con mazamorra. Esas eran las comidas, empanadas todo
hecho ahí, no había nada comparado.
-E. Y los dulces?
-Blanca. Los
dulces eran el arrope, que se hacía con la fruta del campo, el algarroba, el
piquillín.
-E. Cómo se hacía el arrope?
-Blanca. Se hervía el algarroba, la vaina así toda entera, después se amasaba
tibia o fría no me acuerdo, y eso lo ponían en un lienzo pero cantidades no?
Entonces, todo ese jugo que caía se ponía al fuego en una paila de cobre, y eso
era el arrope de algarroba, y así se hacía el del mistol, y había uno que le
decían el “quiscaludo” que es una
penca, como el arrope de tuna, parecida a la tuna pero más chiquita.
-E. Cómo se guardaban esos dulces
-Blanca. Para
guardar el algarroba se hacía la “pirgua”,
se hacen con pinchadilla o jarilla. No sé si serán húmedas, se van trenzando y
lo van acomodando con barro, lo van entrelazando en parantitos, palos en forma
redonda y eso lo vas trenzando, entendés?
-E. Haciendo una especie de torre
-Blanca. Eso!!!
Hasta que lo cerrás acá arriba, pero le dejás una boquita, un huequito para
meter la algarroba, así se almacena la algarroba, ahora no sé si bien fresca o
la dejarán orear un poco, me parece que ha de ser oreada un poco y recién se
pone ahí, y ahí pasa todo el invierno … no no, todo el verano. Con eso sacás
esa alagarroba después y la moles y con eso se hace el patay.
-E. También me contó Ud. de un cuero en el que se
guardaba dulce!
-Blanca. Era
todo un cuero del chivo, el abuelo y mucha gente seguro, lo sacaba todo
completo, no lo partía al medio, hasta con las patitas, las manitos del chivo,
todo, lo dejaba secar y lo sobaba, hasta que quedaba una cabritilla, de tan
suave eso, ahora no sé qué otra cosa le ponían al cuero, una sal para curarlo
debe haber sido, ahí se ponía, se guardaba el arrope, y eran colgados de los
zarzos, ahí se ponían el queso, la tira del zapallo, ahí se colgaban esos
chivos con esos dulces (risas )
-E. Prácticamente tenía la forma de un chivo
-Blanca. Y
sí, era un chivo, y estaba lleno de dulce, para sacar el dulce, dejaban una
patita que estaba atada, las patitas las cuatro, y desatabas una patita y
sacabas el dulce. Ahhh esos quesos, esos dulces, qué cosa rica no?
-E. Antes de cambiar de tema, se acuerda del
charqui?
-Blanca. Ah,
cómo le gustaba a mi papá el charqui. También se guardaba ahí en esos zarzos.
El charqui, se corta la carne blanda, bien fina y se sala, y se pone a secar,
en el sol, no un sol fuerte, se va secando de a poco, hasta que se queda bien
seco, seco. Con el charqui se hace una comida que se llama “charqui can” (se ríe por el
recuerdo y dice que es muy importante),
bueno se molía eso cuando está seco, se molía en el mortero de madera, con una
mano de hierro o de una piedra, o de una madera dura, de un quebracho por
ejemplo, con eso se molía la carne, el charqui, entonces se rehogaba cebolla,
le ponías adentro el charqui, ahí le
condimentabas como a vos te guste. Se va cocinando con un poquito de agua,
después se ponía un poquito de harina, ese es el charquican.
-E. Qué lindo nombre no? Charquican, vaya saber
uno de dónde vienen esos nombres?
-Blanca. Y de los indios. Eso es del indio.
(Le entrego a
Blanca una foto, que previamente me obsequió en la charla de preentrevista, de
su hermanita Celia, fallecida siendo un bebé y en la que aparece ornamentada bajo
el rito de lo que se conoce como “la muerte del angelito” vestida con ropas
blancas, con un moño en la cabeza y con alas también blancas, está sentada
sobre una silla y encima de la mesa, rodeada de rosas y plantas. La foto es
originalmente en blanco y negro y ha recibido el tratamiento del sobrepintado
posterior)
Rito "La muerte del Angelito" la pequeña Celia fallecida en Tilquicho Cba. en la década de 1930. Hermana de la entrevistadas (foto donada por la familia al autor) |
-E. Qué se acuerda Ud de esta historia?
-Blanca. (mira la foto y comienza a
responder) Bueno, ella nació cuando
vivíamos en Tilquicho, de qué se enfermó no te voy a decir, porque no lo se, yo
era muy chiquita, pero murió al año y nueve meses, casi dos años. Entonces, yo
me acuerdo, que nos veníamos, mamá con la nena en una Boiture, creo que así se
decía, (se ríe por el recuerdo del modelo del auto) y nosotros veníamos en ese
asientito que tenía atrás, al aire libre, ahh chochos nosotros con el Pocho (su
hermano. Qué sabíamos de la gravedad de la criatura, por Dios! Y vinimos acá a
Villa Dolores, no sé cuántos días habremos estado pero ahí murió la nena. Murió
en la casa de la tía María. Y ahí velaron la nena. Ahí la han preparado así, en
esa sillita, con ese vestido. Yo no me acuerdo, pero dicen que los muchachones
así, los niños, se juntaban y decían “se ha muerto el angelito” vamos a ir esta
noche, va a estar bárbaro, vamos a jugar al anillito, vamos a jugar a la
escondida, vamos a jugar a todos esos juegos, hacían adivinanzas, ahí estaban
en el lugar donde velaban al angelito. Mirá vos lo que hacían (enfatiza con
admiración)!
Entrevistada:
Pura Celia del Rosario Moreno, 72 años.
Lugar de la entrevista: Los Hornillos Dto. San Javier. Pcia. Córdoba
Pura Celia "Chela" Moreno, entrevista realizada en Los Hornillos Octubre 2012 |
Entrevistador: Podrías presentarte?
-Chela. Nací en Las Jarillas, un pueblo,
bueno ahora es un pueblo, antes era una estancia de mi padre… a los tres años
me vine a vivir a Villa Dolores…nunca volví y en realidad no se por qué. Mi
infancia acá, hice hasta 3° grado en la Escuela Belgrano , acá en la
entrada del pueblo. Luego pasé a la escuela San Martín, cerca de la estación,
ahí vivíamos en una quinta y cruzaba por un espacio grande de carbón…
-Entrevistador. Ya me has hablado del
carbón, por qué aparece siempre el carbón en
tus recuerdos de la niñez.
-Chela. Según mi hermana mayor, antes de
salir de Las Jarillas, mi padre embolsaba carbón, con su gente y la traían en
carros a Dolores. Ella dice que mientras se trabajaba en eso, yo jugaba con el
carbón, por eso tal vez es que me gusta tanto la fragancia del carbón, la
testura, me encantan…Entre otras actividades en las Jarillas se hacía el carbón
y se vendía. (…) minuto10.17
-E. Contame de los miedos de la infancia.
-Chela. Bueno, los miedos, no se, venían
unas tías de mucho más campo, y contaban historia a la noche, y uno se iba con eso a dormir, y,
bueno no había televisión ni radio y esas historias que contaban eran
horribles, y no me acuerdo, lo que si me acuerdo es del “remolino”
-E. Qué es el remolino, algo que usaban
para que tuvieras miedo.
-Chela. Sí, el remolino era como un
embudo de tierra, era como que eso subía así, como un tornado, y mi mamá me decía
si salís a la siesta el remolino te va a
llevar. O me decía en si salís a la siesta la gitana te va a llevar, yo creo que ella le tenía miedo a las
gitanas (risas) Ella se iba a dormir tranquila… (…) minuto 37.01
-E. Hablemos de los juegos de niños, algo
de lo que me contabas la otra vez, cuando me contaste de tu hermanita muerta.
-Chela. Mi hermana murió antes de que yo
naciera, unos cuatro años antes, murió cuando tenía un año y medio, y le
hicieron la muerte del angelito. Ella se enfermó en el campo y la trajeron a
Dolores. Ahí toman un auto, o ahí fue un auto a buscarlos, no sé. Cuando yo
nací me pusieron el nombre de esta hermana mía que murió. Pero lo juegos que
vos me preguntás yo los jugué en otros velorios de “angelitos”… claro porque mi
madre sabía ser como, no te digo que esas lloronas que iban a los velorios pero
más o menos, ya que sabía todo los rezos del rosario, los misterios y la iban a
buscar ella para que rezara, y a mi hermano “el Tuquito” lo buscaban para hacer
las alitas, se ve que era bueno en eso. Pero se jugaba alrededor de una mesa
donde se velaba al angelito, en la casa de Blanca (hermana) hay fotos[2]
de mi hermanita toda vestida de blanco y los cachetes parecen como coloridos, y
con alitas en la espalda, y esta sentada en una sillita sobre la mesa. Yo
jugaba a la ronda, al pisa pisuela y al anillito, que decía algo así: te doy el anillito, no te doy nada, te doy
el anillito no te doy nada, hasta que se lo dabas a otros niños y él seguía.
Era como una fiesta, se comía…Yo el recuerdo feo que tengo es cuando me
llevaban a los velorios de la gente grande…(…)
[1] Las Jarillas, Departamento
de Pocho
[2] Ver fotografía del velorio “La muerte del
angelito” en http://loshornillosbibliotecainmaterial.blogspot.com.ar/
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